Una rosa socialdemócrata de los vientos

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Discurso
Oscar Arias Sánchez
Aniversario 59 Partido Liberación Nacional
12 de octubre del 2010

Amigas y amigos:

No oculto la alegría de volver a la casa del Partido Liberación Nacional. De volver a entrar por la misma puerta por la que hace poco más de cuatro años salí con el morral cargado de preocupaciones y angustias por el futuro de nuestro país, y hoy traigo cargado de ilusiones y esperanzas. No oculto la alegría de volver a debatir sobre política, economía, e historia con sus integrantes y sus líderes, liberacionistas de todas las generaciones. De volver a celebrar otro cumpleaños de la agrupación política que más alegrías le ha prodigado a los costarricenses, y a mí en lo personal. No oculto la alegría de volver a la que fuera mi mayor escuela política, donde conocí a los más grandes y visionarios maestros que haya tenido este país. De volver a pulir mis ideas desde la trinchera ideológica que vio nacer una socialdemocracia moderna que, hombro a hombro y paso a paso, puso a Costa Rica a caminar de nuevo. Una socialdemocracia moderna que, con tan sólo un lustro de haber sido adoptada por este partido, ya sentó las bases de una nación más próspera y un partido político más fuerte.

Pero vuelvo a Liberación Nacional no como el viajero que emprendió su viaje en solitario y regresa a casa contando historias y aventuras desconocidas. Ustedes más que nadie conocen mi obra, y las odiseas en las que me he embarcado en los últimos 5 años. Si emprendí un segundo viaje hacia la Presidencia de la República, fue porque sabía que en el camino no iba a estar solo. Porque desde muy temprano comprendí que las ideas políticas sólo se convierten en realidades nacionales cuando son compartidas. Porque la libertad, el progreso, la democracia y la paz son ideales que sólo tienen sentido cuando pensamos y actuamos en grupo. Porque en una democracia la obra de un gobierno es siempre colectiva. Muchos de ustedes me acompañaron en mi segunda aventura, para hacer realidad un programa de gobierno del que siempre nos sentimos sumamente orgullosos. Por esa razón, hoy vuelvo también para agradecer. Muchas gracias por su confianza, por su trabajo, y por su fe inquebrantable en un destino superior para Costa Rica.

Dicen que la gratitud es la memoria del corazón. Recordamos hechos, eventos, y acontecimientos no con base en su importancia objetiva o universal; sino con base en su importancia subjetiva e individual. Con base en lo que sentimos. A lo largo de mi vida, he tenido la dicha de ser lo suficientemente afortunado de recibir numerosas muestras de simpatía y generosidad. Tengo mucho de qué estar agradecido, y por eso mi memoria está poblada hasta el último resquicio. Ustedes me dan hoy un regalo maravilloso. Son eventos como éste los que reivindican a la política y a los políticos; los que hacen que valga la pena todo el esfuerzo y el trabajo que significa gobernar a un país como el nuestro. Me llevaré el recuerdo de esta mañana, me llevaré sus abrazos, sus palabras y su cariño para guardarlos con afecto en mi memoria.

El aniversario de un partido político es un acto histórico y trascendente. Es una celebración en la que se nace y se muere al mismo tiempo: se nace a la acción renovadora y se muere a la acción prefijada. Pero no es fácil para un partido político mantenerse vivo cuando los años mueren. Tampoco es fácil transitar por los caminos que ninguna otra agrupación política ha transitado, o que incluso transitó pero no logró sobrevivir. El aniversario de un partido político es, por lo tanto, más que un acto de voluntad, una manifestación de valentía. Tanto de sus líderes y de sus miembros, como de los ciudadanos que le han confiado su presente y su futuro. Por esa razón, como cada mes de octubre, hoy hacemos un alto en el camino para girar, como una rosa socialdemócrata de los vientos, para mirar en todas las direcciones: hacia atrás, donde se aprecia el lugar del que provenimos; hacia los lados, donde pasamos lista de nuestros compañeros de viaje; y hacia el frente, donde el camino aguarda pacientemente nuestros pasos.

Vemos hacia atrás, hacia la senda “que nunca se ha de volver a pisar”, como nos decía Antonio Machado, y vislumbramos los momentos más cruciales de nuestra vida como nación independiente. Las batallas que tuvimos que librar para proteger nuestra soberanía en 1856 y para defender nuestra paz en 1987.

Vemos hacia atrás, y miramos los momentos de zozobra que hemos soportado como un pueblo unido por la fe en que toda noche precede una mañana, y todo día de tormenta no es más que el augurio de un claro día de calma.

Vemos hacia atrás, y distinguimos los angustiantes momentos por los que nuestro partido tuvo que atravesar, y las urgentes decisiones que tuvimos que tomar para seguir siendo el partido más visionario de Costa Rica.

Desde el promontorio de la historia, es fácil ver los lugares en que momentáneamente detuvimos la marcha, pero siempre para continuar caminando. Para continuar caminando juntos y, más importante aún, con un rumbo claro.

Como podrán recordar, poco después de las elecciones presidenciales del año 2002, nuestro partido quedó profundamente confundido sobre el papel que tenía que desempeñar para impulsar el desarrollo nacional. Los dogmas de la vieja socialdemocracia de la década de los 40 hasta la década de los 80, eminentemente estatistas, tanto en Costa Rica como en otros países, no parecían encajar bien en un mundo que había cambiado drásticamente después de la caída del Muro de Berlín.

Frente a esa nueva realidad, los partidos socialdemócratas de Europa y América Latina decidieron renovar su ideología, antes que la historia lo hiciera por ellos. Decidieron rectificar el papel de sus Estados antes que continuar refugiándose en ellos. Decidieron, en pocas palabras, modernizar su socialdemocracia. Fue lo que hizo el Partido Socialista de España con las reformas de Felipe González, el Partido Laborista del Reino Unido con el “nuevo laborismo” de Tony Blair, y todos los partidos socialdemócratas de los países escandinavos. Más cerca nuestro, eso fue también lo que hizo el Partido de la Socialdemocracia Brasileña bajo el liderazgo de Fernando Henrique Cardoso, y el Partido Socialista de Chile con Ricardo Lagos. El mundo evolucionó, y parecía que sólo nosotros no nos dábamos cuenta. Seguíamos aferrados a un pasado que nunca más iba a volver, y aún cuando el futuro ya nos había alcanzado y tomado por sorpresa, seguíamos teniéndole miedo al cambio.

Por ello, cuando regresé a la política lo hice presentándole al partido una disyuntiva: o el siguiente gobierno era el primer gobierno de la nueva socialdemocracia del siglo XXI, o era el último gobierno socialdemócrata del siglo XX y de la historia de Costa Rica. Quienes creían que la defensa a ultranza de los monopolios estatales era la credencial que definía una praxis socialdemócrata, tenían que entender que habían abrazado un modelo aislacionista y obsoleto. Convencidos de los terribles efectos de la inercia intelectual y la falta de pragmatismo en los que había caído el partido, culminamos en el 2005 el V Congreso Nacional “Daniel Oduber Quirós”, que abrió el camino a la renovación ideológica del partido y erigió los pilares de una socialdemocracia moderna. De una socialdemocracia que no confundiera los fines con los medios, que actuara conforme con los tiempos, y que fuera capaz de propiciar las grandes reformas que el país requería para ser cada vez más competitivo, próspero y democrático.

La socialdemocracia es una inspiración, no un manual; es una brújula, no una camisa de fuerza. La socialdemocracia que yo defiendo y quiero es la misma de don Pepe: “un sistema económico que produzca con eficiencia y distribuya con justicia”. Una socialdemocracia que defienda la presencia de un Estado vigoroso, pero también dispuesta a admitir que, por gloriosos que hayan sido algunos logros de la actividad estatal en Costa Rica y más allá, ningún principio socialdemócrata es suficiente para justificar toda intervención estatal como intrínsecamente virtuosa y justa. Lo que se había entendido por socialdemocracia no era más que una defensa sin cortapisas de un estatismo paralizante y hasta antidemocrático. En muchos casos, el dominio estatal de la prestación de un servicio no es otra cosa que una coartada para esconder su control por parte de grupos, gremios e intereses minoritarios y mezquinos, que muy poco tienen que ver con los del pueblo costarricense. Es preciso que entendamos que control estatal no es lo mismo que regulación estatal, y que control burocrático no es lo mismo que control democrático.

Una socialdemocracia moderna entiende que no necesitamos un estado grande, sino un Estado fuerte, eficiente, bien financiado, capaz de regular el funcionamiento del mercado, y sometido al escrutinio permanente de los ciudadanos. Esto es crucial que lo entendamos y lo pongamos en práctica. En un mundo en el que la revolución informática y la globalización económica avanzan cada día vertiginosamente, ya no basta con llevar teléfonos públicos a zonas rurales. Si queremos competir internacionalmente, si aspiramos a atraer las inversiones extranjeras que pueden potenciar nuestro desarrollo, si deseamos crecer en forma sostenida y reducir nuestra pobreza, necesitamos contar con servicios de calidad mundial, con teléfonos celulares que no enmudezcan, con conexiones de Internet confiables y a bajo costo, y con seguros cuyo cobro no sea una pesadilla kafkiana.

Por esa razón quise que hubiera competencia, para estimular la inversión nacional y extranjera en los sectores de telecomunicaciones y seguros que habría de crear empleos dignos para nuestra juventud.

Quise que hubiera competencia para que nunca más el país quedara atado a las decisiones burocráticas tomadas por un monopolio.

Quise que hubiera competencia para que nunca más ningún grupo o persona tuviera un derecho de llave sobre las telecomunicaciones del país, y para que nunca más nadie pudiera tomar como rehén nuestro derecho a comunicarnos.

Quise que hubiera competencia porque siempre he desconfiado de los monopolios, públicos y privados, económicos y políticos, que donde campean hacen proliferar los abusos contra las personas.

Modernizar a Costa Rica fue una de las principales razones por las que acepté la candidatura de Liberación Nacional. En mi pasada Administración fue mucho lo que pudimos hacer en esa dirección. Sin embargo, no lo pudimos hacer todo. Y no lo pudimos hacer porque en este país duramos décadas discutiendo proyectos de interés nacional; porque nos toma en promedio 2 años aprobar una ley; porque todo debate político termina en una trama de denuncias penales y expedientes constitucionales; y porque nuestros procesos de control, que son cruciales, son usados como excusa para impedir que el gobierno ejecute sus propuestas. Esas causas, y no la falta de decisión y rumbo en mi gobierno, fueron las que frenaron las rutas interlíneas para los buses del Área Metropolitana, la concesión del puerto de Moín, el tren urbano de San José, el Centro Cívico de nuestra capital, y la creación del Parque de la Libertad y del Bicentenario, entre muchas otras obras. Son, también, las mismas causas que ahora tienen frenada la adjudicación de frecuencias para permitir la competencia en materia de telefonía celular, y las que ahora amenazan el proyecto de la Ley General de Electricidad que dejamos listo para su aprobación.

En este último caso, el gobierno actual ha planteado la posibilidad de un proyecto alternativo con una filosofía muy distinta al que nosotros presentamos, y que no garantiza la modernización definitiva del sector energético costarricense. Por el contrario, es un proyecto que desincentiva la atracción de inversión, tanto nacional como extranjera, en la generación de energías limpias y renovables, con la consecuencia de que no podremos suplir a tiempo la demanda energética requerida por los costarricenses, y así evitar futuras alzas en las tarifas. Lo he dicho muchas veces, al ciudadano no le interesa quién le presta el servicio, sino que se lo brinden con eficiencia, rapidez, calidad y a un precio competitivo. Si pusimos a Costa Rica a caminar de nuevo, es nuestro deber proteger ese impulso.

Si vemos para atrás, recordarán también que propuse mi nombre a la candidatura convencido de que el país requería de un nuevo rumbo. Mirábamos con preocupación cómo la falta de liderazgo y el miedo al cambio, había erosionado la certeza de que Costa Rica se convertiría en el primer país desarrollado de América Latina. Los últimos años habían sido una sucesión de oportunidades desperdiciadas y acumulación de frustraciones para nuestro pueblo. Habíamos perdido el ánimo y la dirección. Nos habíamos apegado a un status quo donde reinaba el aforismo del “mejor viejo conocido, que nuevo por conocer”. Le temíamos al futuro y cualquier cosa era mejor que caminar hacia él.

Ni el abandono de la infraestructura, ni la indecisión en torno a la apertura comercial, ni la sujeción a monopolios públicos obsoletos, ni la falta de planificación nacional, ni la incongruencia de la política exterior al haber apoyado la guerra en Irak, ni el desconcierto en los programas de ayuda social, eran los retos más acuciantes cuando llegamos al poder. El reto más acuciante fue el amargo derrotismo que se había apoderado de la población costarricense. Cuatro años es poco tiempo para hacer transformaciones profundas, pero fue suficiente para lograr el cambio más urgente que necesitaba Costa Rica: un cambio de actitud. El retorno de la confianza fue el principal fruto que ofrendé a la democracia costarricense al terminar mi gestión.

Esa confianza no retornó con proclamas ni promesas, sino con obras y acciones. A pesar de los errores y las críticas, naturales en toda Administración, logramos modificar los términos del debate político nacional y convocamos a todas las fuerzas del país a discutir y actuar bajo una mínima premisa: se vale decir que las cosas se pueden hacer de otra manera, pero no se vale decir que no se pueden hacer. Convertimos el Sí! de nuestra campaña en el referente obligatorio para gobernar.

Sé que los costarricenses podrán perdonarme cualquier error, impaciencia, o atraso cometido durante mi gobierno, pero estoy convencido de que jamás me hubieran perdonado no haber tomado decisiones. Porque de eso se trata la política. De tomar decisiones. Para tomar decisiones el gobernante requiere de un conocimiento mínimo de la realidad de su país, pero sobre todo de claridad intelectual para proponer soluciones a los desafíos que enfrenta. Ambas son cualidades indispensables, porque el gobernante que debe tomar decisiones todos los días tiene también la misión de educar. La vida en democracia deja de ser viable si los gobiernos no son capaces de defender las decisiones que tomaron; si no son capaces de actuar con vigor, rapidez y oportunidad para atender las demandas de la ciudadanía. Si los costarricenses nos eligieron, fue para ponernos al frente de una nación sedienta de liderazgo en su camino al desarrollo económico y social.

Convencidos de ello, pusimos también la mirada a nuestro lado. La pusimos en nuestros pobres y en nuestros ancianos, en nuestros obreros y en nuestros empresarios, en nuestros niños y en nuestros jóvenes. No queríamos que nadie quedara al margen de la incansable labor de buscar el mayor bienestar para el mayor número. Por eso rompimos los diques de muchos años de pobreza estancada, reduciendo en 1,7 puntos el porcentaje de personas que viven bajo la línea de pobreza, y evitando con el Plan Escudo que ese porcentaje aumentara. Por eso casi 166 mil jóvenes costarricenses disfrutan hoy de una beca del programa Avancemos y más de 90 mil personas reciben una pensión del Régimen No Contributivo, cuyo monto es más de cuatro veces que al inicio de mi Administración. Por eso fuimos el primer gobierno en la historia en cumplir con el mandato de destinar a educación el 6% del PIB, e incluso superar esa cifra llevándola al 7,2%, y en reducir sostenidamente las tasas de deserción escolar y colegial. Por eso tenemos una Banca de Desarrollo, sextuplicamos nuestra inversión en obra pública, e iniciamos un proceso de sorprendente expansión comercial que nos ha llevado a conquistar mercados que, juntos, suman más de 2.000 millones de consumidores. Por eso dignificamos la política exterior añadiéndole un pragmatismo indispensable, estableciendo relaciones diplomáticas con más de 20 países, incluidos China, Cuba y varias naciones árabes moderadas. Por eso liberamos las musas del arte creando 32 Escuelas de Música, que hoy le enseñan a miles de alumnos a tocar un violín, en lugar de disparar un arma.

Por último, debemos poner la mirada hacia el frente. El futuro de Liberación Nacional, y en gran medida el de Costa Rica, depende de que este partido sea capaz de consolidarse como una escuela de educación política. Los que hemos contribuido en el pasado, tenemos mucho que enseñar. Los jóvenes también tienen mucho que aportar. En el partido hay que leer y compartir ideas. Hay que desafiar suposiciones y debatir estrategias. Nuestro partido debe ser un partido de reflexión, académico, e intelectual. Debe conservar y preservar ese rasgo, porque en ese componente pedagógico descansa la capacidad de reinventarse y reinventarse bien. Se necesita un liberacionismo que ejerza el signo de su verdadera grandeza, su vocación de pensar y actuar como gobierno. Ese es el papel que siempre tuvimos históricamente, que recuperamos, y que no podemos perder nunca más: el de ser el partido natural de gobierno en Costa Rica.

En esa dirección, les recuerdo que tenemos la obligación de trabajar arduamente por nuestros compañeros candidatos a alcalde, vice alcaldes, intendentes, vice intendentes, síndicos, y concejales de distrito, para que en las próximas elecciones municipales Liberación Nacional conquiste todos los rincones de nuestro país.

Vimos hacia atrás, hacia los lados y hacia el frente. Vimos hacia el pasado, el presente, e imaginamos el futuro de Costa Rica y de Liberación Nacional. No les voy a decir dónde poner el siguiente paso. Lo que sí les voy a mencionar son las condiciones esenciales para que podamos dar esos pasos: necesitamos de un Liberación Nacional con liderazgo y con rumbo. Esas no son condiciones que emergen automáticamente. Ningún partido político es por antonomasia una cuna de líderes, o sabe siempre hacia dónde va. Nuestro partido debe tener mucho cuidado de no caer en el conformismo de pensar que los costarricenses apoyarán siempre y ciegamente a Liberación Nacional, sin antes ofrecerles garantías de que al final de cuatro años llegarán con certeza al destino prometido.

Amigas y amigos:

Lo que por muchos años fue una sospecha, el tiempo ha confirmando como una verdad: si Liberación Nacional tiene un rumbo, Costa Rica lo puede tener. Si Liberación Nacional piensa en grande, los costarricenses podemos pensar en grande. Este, y no otro, debe ser el significado profundo del aniversario que hoy celebramos: Liberación Nacional empezó a recobrar su más arraigada vocación histórica, la de ser un partido progresista. Todos sabemos que éste es el partido más viejo en la política costarricense, el que cuenta con mayor experiencia y el que le ha dado a Costa Rica la gran mayoría de sus conquistas durante los últimos 59 años. Desde la pureza del sufragio hasta las instituciones necesarias para garantizarla. Desde el voto femenino hasta la abolición del ejército. Desde una política exterior anti-belicista hasta la pacificación de Centroamérica. Todas éstas son conquistas que nos hicieron ganar el respeto del mundo y el cariño del pueblo de Costa Rica. Son, también, conquistas del pasado. Honrarlas es el deber de un liberacionista. Pero más grande aún es el deber de pensar en nuevas conquistas.

Todos los días amanece para Costa Rica una jornada en donde el camino sin
construir espera nuestros pasos, y tenemos que pensar muy bien dónde ponerlos, pero,
sobre todo, tenemos que dar esos pasos. Allí adonde camine Liberación Nacional
caminará la mayoría de los costarricenses. Con un rumbo, bajo un liderazgo, y con
orgullo, como ha sido siempre en nuestra senda, y como será siempre.

Hoy, hace aproximadamente cinco años, contagiamos a Costa Rica con la idea de que sí era posible volver a pensar en grande; de que sí era posible un país mejor, en el que todos pudiéramos crear y crecer; de que a los errores del pasado y a los problemas del presente sólo cabía responder con la voluntad de ser mejores. En ese mismo espíritu, propongámonos desde ahora la meta de que, para cuando cumpla 60 años, Liberación Nacional será no sólo un mejor partido político del que ya es, sino que seguirá siendo el mejor de los partidos.

Por último, quiero reiterarles mi más sincero agradecimiento por este acto tan hermoso que me han obsequiado en esta mañana. La vida es una competencia entre nuestros propósitos y nuestras distracciones, entre los sueños que perseguimos y los espejismos que nos alejan de ellos. Muy a menudo, el mundo conspira para apartarnos de las cosas que amamos, y nosotros también conspiramos, cada vez que olvidamos las emociones que descansan en las fibras más profundas de nuestro espíritu. Hoy ustedes conspiraron no para alejarme de una las cosas que más quiero, sino para acercarme a ella: el partido Liberación Nacional. Por mi parte, les prometo no conspirar contra ustedes, olvidando en alguna esquina de mi memoria las emociones que brotaron de mi espíritu el día de hoy. Una vez más, estoy para ayudarles. Las puertas de la casa liberacionista se abrieron para recibirme, y a cambio les dejo abiertas las puertas de mi corazón.

Muchas gracias.

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