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Yayo Vicente
¿Alguna vez perdió una valija donde llevaba los regalos que daría al llegar? ¿Alguna vez se le puso blanca una foto irremplazable? ¿Alguna vez se le descompuso para siempre un utensilio maravilloso que ya no venden? ¿Alguna vez su perro más querido, se puso viejito, achacoso y con dolores y tuvo que ponerlo a dormir? ¿Alguna vez oyó un frenazo y encontró a su gato muerto y despedazado en la calle? Hacemos nidos, guaridas, madrigueras y nos llegamos a sentir cómodos en nuestro espacio, con nuestros objetos y seres queridos. Los viejos también sentimos la orfandad cuando mueren nuestros padres. Los migrantes llegan a nuevas tierras y aunque sean bien acogidos, su nostalgia por tantas cosas les recorre el alma y los estremece. Perder lo que nos hace vivir con seguridad, paz y pertenencia nos genera un desconsuelo profundo y desagradable.
CONSUMISMO
Pocos como Pier Paolo Pasolini, anticiparon a la sociedad de consumo, que dejaría en ruinas la era feudal y clerical de la humanidad, para sustituirla por la era mercantil.
Son lúcidas las descripciones de Pasolini sobre las incesantes metamorfosis del capitalismo lúdico y sobre el proceso de alienación y falsificación de la realidad. “Ningún centralismo fascista ha logrado hacer lo que ha hecho el centralismo de la sociedad de consumo”, escribió. Él predijo el advenimiento del capitalismo vicioso y lujoso, necesario para el nuevo poder, que, en sus palabras, “es la peor represión en toda la historia humana”.
El consumismo es la única ideología que consiguió juntar a las clases sociales en torno al imaginario de los ricos. ¡Compren, compren!, y se inventó el crédito, los apartados, la publicidad, las necesidades innecesarias y tal vez la envidia, la ostentación, la obsolescencia programada, la fecha de vencimiento y el descarte de aparatos que aun funcionan.
EL GRANO O LA PAJA
Las distintas generaciones y los distintos grupos según ingresos, vemos realidades diferentes. Leemos y oímos a las personas grandes y educadas, que, con honda y sincera preocupación, defienden a una institucionalidad bajo amenaza. Tienen razón, no solo porque ellos son los constructores, también saben que la paz interna en buena medida depende de una institucionalidad respetada por respetable. Desde la perspectiva de la coyuntura política, puede no ser la mejor estrategia, su generación y estatus son una minoría. Precisamente la clase aborrecida y odiada.
Este Gobierno ha tenido una larga y poco usual “luna de miel” con los electores y es quien un día sí y el otro también, ataca y culpa a la instituciones y organizaciones públicas y privadas. Pareciera que la dirección de la causa y el efecto es clara. El Gobierno culpa al sistema y a cambio recibe respaldo. Muchos son los enojados con la institucionalidad, la culpan de sus desgracias y el Gobierno le debe ese increíble respaldo por atacar todo lo que se le ponga al frente.
La «ira ciega» social, se caracteriza porque no tiene causas ni propósitos claros, pero están «cabreados». Quien defienda al sistema y las estructuras, no ha sabido separar paja de grano. La realidad política tan particular en la que estamos requiere profundizar en lo que genera la “ira ciega” y resolverlo, de otra forma ese enojo terminará destruyéndolo todo: institucionalidad, destrezas y actitudes para la convivencia pacífica y hasta la infraestructura.
El “populismo” es una moneda de dos caras, en una está el populista, que crece y se consolida con los ataques, sobre todo si esos ataques vienen de la clase que representa el estatus quo. La otra cara de la moneda es el «fanático», a quien el populista solo le ofrece liderar sus protestas, no hay ninguna propuesta ni motivo tangible para apoyarlo. Cada vez que este Gobierno arremete en contra de cualquier cosa, se convierte en la vocería de la «ira ciega» o de los “cabreados”.
EL PAÍS MÁS FELIZ DEL MUNDO
El “País más feliz del mundo”, puede acabar siendo el más frustrado de todos. Comenzamos este ensayo preguntando cuáles sentimientos nos acudían al alma cuando teníamos una pérdida. Ahora imaginemos una pérdida que nos afecte la vida toda y nos llene no solo de tristeza, también de fracaso y frustración. ¿Qué sentimientos nos invaden al perder la casa de habitación por impago? Primero los avisos, luego los embargos y después procesos judiciales con caros honorarios. Luego viene el desalojo y buscar donde meterse. Perder el carro sigue un proceso semejante y si es el machete, es una calamidad al cuadrado. Perder el trabajo y no conseguir otro es denigrante.
La socialdemocracia lucha contra la pobreza de muchas formas, dando más oportunidades, bajando las inequidades y consiguiendo acceso a servicios médicos, techo y pan. Hoy los pobres son minoría, una quinta parte, todavía son muchos y por uno solo que sea, la lucha es sin fin.
A ese colectivo pobre se le suma hoy, una clase media que reniega de los sistemas y procedimientos que la sacaron de la pobreza y ascendió a la clase media. Paradójicamente, quieren destruir los salvavidas, suponiendo que nunca vivirán un nuevo naufragio. No parece inusual en el comportamiento humano: los migrantes una vez regularizados, se oponen a nuevos migrantes. Las personas con carro dicen que hay ya demasiados carros. Los barrios con agua se enojan si les desvían el agua unas horas para brindar el servicio a quienes no lo tienen. Hubo un tiempo en que los bachilleres no querían más bachilleres, los médicos no querían que se hiciera la Facultad de Medicina.
No es así con la clase media, que recuerda a sus abuelos y padres descalzos, analfabetas, cocinando con leña y alumbrándose con candelas y canfineras. Ellos ahora tienen pavimento al frente de sus casas, cocinas aperadas con microondas, estufa eléctrica o de gas, tostadoras, olla arrocera, licuadora, vajilla y dejaron atrás la cuchara sopera para usar tenedor y cuchillo. La población de ingresos medios no es resiliente, de solo pensar en dar un paso atrás, se angustia. Costó mucho llegar al lugar donde están, nadie les regaló nada y nada quieren perder.
Los ricos y los pobres son resilientes, han desarrollado las destrezas para seguir sus vidas aun con cambios drásticos. Unos saben dónde esconder buchacas por si acaso cambia para mal la economía. Los otros conocen los basureros con mejores sobras, los aleros que mejor los tapan y los registros para guardar sus cosas. Aprendieron a dormir con los zapatos de almohada, para que no se los roben durante su sueño.
El comercio antes que el político, detectó que la clase media estaba en crisis y afloraron las ventas de ropa usada americana, los “outlets” con devoluciones o sobrantes de inventario, los comercios como El Rey y Pequeño Mundo, las tiendas de chinos llenas de baratijas, las tiendas que venden fiado electrodomésticos al triple del precio, las subastas ganaderas para vender la vaca y hacerle la primera comunión al güila… El Poder Judicial está saturado de procesos de cobro y embargo, un aumento de trabajo para el gestor, que no se ha traducido en preocupación para el político, que no quiere ver a una clase media sobreendeudada, en penurias y a punto de perder todo, incluida la esperanza. Le llegó la hora a la socialdemocracia del siglo XXI de sumarle a la lucha sin fin contra la pobreza, la lucha en favor de la clase media y generar propuestas a las causas de la «ira ciega», por ejemplo:
Si no me le hubieras dado,
no me quejara de ti;
pero una vez dado, sí
por habérmele quitado;
que aunque el dar el acción es
más noble y más singular,
es mayor bajeza dar,
para quitarlo después.
LA VIDA ES SUEÑO
Pedro Calderón de la Barca
● Bajar los intereses a los préstamos hipotecarios de vivienda personal y alargar los plazos, para que las familias sigan pagando la misma mensualidad cuando firmaron el préstamo para adquirir su casita.
● Subvencionar los seguros agrícolas (por ejemplo, con concesiones de la FNL para destilación de alcohol y ganancias del INS), para que los préstamos no sean hipotecarios y los bancos no les arrebaten las finquitas a los campesinos.
● Fortalecer la «Inspección de Trabajo» y la legislación correspondiente para bajar la precarización de los asalariados y asegurar los horarios, las condiciones y el salario mínimo.
● Exigir a los inversionistas extranjeros, cierres mitigados para evitar despidos masivos.
● Mejorar la educación pública para que tenga las mismas ventajas de los establecimientos privados.
Dejemos para otros públicos los asuntos intangibles, como la institucionalidad, el asilo político, el derecho garantista y esos importantes logros que la gente no siente que le afecta su día y que no lo deja conciliar el sueño. Es muy posible que esa angustia sea la que puso a los últimos tres presidentes, por eso, salvemos a la clase media y ampliémosla.
Pérez Zeledón nos ha dado dos señales, sepamos leerlas. Aceptemos que la Social Democracia resolvió los problemas del siglo XX e hizo una clase media, en el siglo XXI le corresponde a la Social Democracia defenderla y ampliarla. La clase media vive a “coyol partí’o, coyol comí’o” y cualquier gasto extra la pone con una ira irreflexiva, que puede destruirlo todo.
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