Daniel Oduber Quirós
De dónde venimos – Apuntes para un Congreso Ideológico del Partido Liberación Nacional (marzo 1969)
La Revolución Posible, y la Revolución Imposible, parecieran ser las alternativas que tienen los países de menor desarrollo económico. Para quienes no están familiarizados con la historia de un país y su relación con países que ya han superado otras etapas en su desarrollo, es más fácil confundir lo posible con lo imposible, lo real con lo ideal. Querer saltar etapas históricas al hacer un planteamiento revolucionario, es hacer fracasar ese mismo planteamiento. Hablar hoy de hacer una revolución como la francesa, o como la rusa, es desconocer décadas de investigación y de avance en todos los órdenes del pensamiento humano. Repetir en Bolivia la experiencia cubana, era entrar en el campo de la revolución romántica, de la revolución imposible. Y tal vez por eso tienen razón los que afirman que el Ché Guevara buscó morir, al plantear una guerrilla en Los Andes bolivianos, sabiendo de antemano que estaba planteando una revolución imposible para la Bolivia de 1966. Hacer planteamientos revolucionarios a sabiendas de que se está planteando lo imposible, es fortalecer las mismas fuerzas que se quiere destruir con la Revolución, y en el fondo, consolidar la posición conservadora.
Toda Revolución implica cambio en el poder político, el que va de una clase a otra. Si no, no es revolución. Como tampoco es revolución el planteamiento teórico que se hace de lo imposible. Los comunistas tienen todo un sistema económico y social propio, el que ha sido experimentado en los últimos cincuenta años en muchos países de mayor y de menor desarrollo. El capitalismo actual es el producto de años de cambio y de mejoramiento en su eficiencia y en su repercusión social. Una Revolución, dondequiera que se haga hoy, debe tomar en cuenta las experiencias de esos sistemas económicos de los últimos cien años y tener presente que socialismo y capitalismo son sólo sistemas económicos y no sistemas políticos.
Democracia y totalitarismo son formas diferentes de gobierno que no tienen nada que ver con el sistema económico que se escoge. Puede haber democracia en lo político y socialismo en lo económico, como puede haber también capitalismo y dictadura. Lo que se debe plantear, al hablar de Revolución, es si se desea un cambio del sistema político -como ha sido siempre- o del sistema económico -como ha sido en otras casos-, o si se quiere un cambio en lo político y en lo económico a la vez. Para no cometer el error de destruir algo sin haber determinado cuál ha de ser el sustituto, debe definirse entonces, de antemano, el sistema que se quiere vivir en lo político o el que se quiere vivir en lo económico. Nosotros queremos aquí actualizar los conceptos del socialismo y de democracia, que hoy son inseparables.
En la América Latina se tiene la experiencia resultante de las revoluciones que se hicieron para romper sistemas políticos y económicos considerados injustos. La Revolución Mexicana fue una revolución típicamente burguesa, con gran colorido social; construyó un México nuevo que ha venido evolucionando hacia el capitalismo moderno. La Revolución Cubana se convirtió en una revolución comunista sui-generis, debido a la situación internacional de ese momento. Desde la independencia han ocurrido otras muchas revoluciones, y todas ellas, en una u otra forma, han buscado cambiar el sistema político imperante en su país, pero muy pocas las que entraron al campo de la reforma económica o del cambio social.
Todas las revoluciones acontecieron cuando las circunstancias las hacían prácticamente inevitables y cuando una gran corriente de protesta revolucionaria se analizaba hacia la lucha violenta. En frío, de la nada, por meras elucubraciones doctrinarias de café, es imposible hacer una revolución y quienes lo intentaron han fracasado. La Revolución de 1948 en Costa Rica, fue la protesta de un pueblo que deseaba una participación más intensa en el proceso político, es decir, una democracia más amplia y más firme. Los dirigentes de la gesta de Liberación Nacional lograron, además de esa conquista política innegable, imprimirle un cambio económico-social definido, planteando así una traslación real del poder a manos de las clases media, campesina y urbana, fortaleciendo de esta manera un cambio social que se había iniciado en el papel cinco años atrás. Pero de esto hablaremos luego. Lo importante es ver qué tipo de revolución puede hacerse ahora en nuestro país y para qué.
Hay, en los dos últimos siglos, revoluciones tal vez más trascendentes que las tres citadas; no han tenido nada que ver con el socialismo marxista ni con el comunismo stalinista, pero han provocado cambios profundos en las sociedades en que se desarrollaron y en el destino mismo de la humanidad: la Revolución Industrial y la Revolución Tecnológica.
La Revolución, en nuestro tiempo, debe tomar en cuenta una serie de cambios ocurridos en los últimos años del Siglo XX, principalmente después del fin de la II Guerra Mundial. Tratar de hacer ahora una Revolución Marxista, con los modelos e ideas del Siglo XIX o de hace cincuenta años, es ignorar, de antemano, las mismas ideas de la Filosofía de la Historia, ignorar el gran cambio de las doctrinas económicas, de la sociología y de la ciencia política, e ignorar además la gran revolución científica y técnica de los últimos años. La energía nuclear, los ordenadores, los transistores, la comunicación colectiva, la conquista del espacio, las ciencias industriales modernas, la productividad en la agricultura, etc., no deben ser ignorados de ninguna manera a la hora de hacer una revolución.
Si reparamos en la tesis aprobada de que sólo las izquierdas han hecho las revoluciones en los últimos dos siglos, debemos concluir en que es a esas izquierdas a quienes corresponde hacer los planteamientos revolucionarios para alcanzar el cambio. Pero esa dirección tiene que ser trazada tomando en cuenta el momento histórico -nacional o internacional- que vivimos, y las posibilidades que tiene el país para consolidar ese cambio. De nada nos serviría anunciar un cambio imposible, irreal, que vendría a hacer imposible el cambio real. En nuestros países los propulsores de la Revolución Imposible son, paradójicamente, los comunistas; pero lo son, casualmente, con el objeto de hacer imposible la Revolución Posible. Es decir, al pretender los comunistas que un país como el nuestro puede hacer la Revolución Comunista, lo que procuran es más bien fortalecer a quienes lo único que desean es detener todo cambio social, destruyendo así la única posibilidad real de lograrlo, ya que las fuerzas reaccionarias, al acusar de comunista todo intento de cambio social, impiden que se realice el cambio necesario. Y eso es lo que interesa a los comunistas con el objeto de que, en el mundo en que Rusia no puede todavía entrar las condiciones sociales sean tales que estos países vivan en estado de descomposición permanente. Todo con el objeto de que las clases desposeídas de la América Latina lleguen a creer que en otros países, similares a los nuestros, donde sí está presente la influencia de los rusos y sus aliados, la sociedad es más eficiente y más justa.
De manera que anunciar una Revolución romántica, poco seria, irreal, es hacerle el juego a quienes no desean la Revolución de ninguna manera. Una tentativa izquierdista de anunciar una Revolución Imposible, es, ni más ni menos, hacer el juego a quienes desean mantener un país fosilizado en sus errores e injusticias. Y lo poco que ha anunciado y planteado el izquierdismo nacional -no comunista- por ser ideas generales y poco realistas, no ha tenido más virtud que hacerle el juego a los comunistas y a los reaccionarios, en su deseo de impedir el cambio social, la revisión política y el mejoramiento económico del país.
El Capitalismo apenas se inicia en el país: hace un cuarto de siglo no existía. Por eso la reforma social laboral que se inició en 1941 venía a darle conquistas sociales a un proletariado que no existía y que había que crear, llevando al país de la agricultura feudal del café, la caña y el cacao, a una agricultura moderna y a la industrialización. La reforma social de esa época fue izquierdista en el sentido romántico de la palabra, y trató de cambiar la realidad nacional haciéndolo desde arriba, con un planteamiento importado de países ya en proceso de industrialización. Al querer aplicar instituciones laborales capitalistas a una economía feudal, la reforma quedó en el aire. Tuvo que venir el sacudimiento de 1948 para que se sentaran las bases de una verdadera revolución, esto es, el cambio necesario de esa sociedad feudal hacia una sociedad industrial incipiente, tal como la hemos venido viviendo. La Revolución de 1948 no fue la guerra propiamente dicha, como lo quieren presentar algunos, sino el cambio político, económico y social que vino después, pero que usó la guerra como un punto de partida.
Las grandes tesis izquierdistas del cuarto de siglo anterior a 1948, fueron: el control del imperio bananero, el control del imperialismo en la industria eléctrica, el control del capitalismo financiero, la defensa del trabajador industrial y del pequeño productor agrícola, la ampliación de las facilidades de educación, el adecentamiento de los sistemas electorales y la pureza de su funcionamiento y el fortalecimiento de la Ley.
La Revolución de 1948 inicia una etapa intermedia entre el feudalismo tradicional, el imperialismo monopolista y el capitalismo moderno. Escoge el capitalismo como marco económico para su desarrollo y define, al escogerlo, una posición que en los años actuales no es posible dejar sin definir. Entre el socialismo totalitario y el capitalismo se decide por este último, pero implanta este sistema económico de acuerdo con las concepciones modernas de lo que debe ser el capitalismo y no con los patrones de la Europa de los siglos XVIII y XIX, o de los Estados Unidos de los siglos XIX y XX. Como sistema de Gobierno, nuestra Revolución escoge la democracia; pero no la democracia boba y ya incapaz de enfrentarse a los problemas del siglo, sino la democracia dinámica y eficiente, profundamente imbuida de su misión de hacer respetar los derechos de las mayorías. Así, nuestra Revolución es democrática en lo político, capitalista en lo económico, y profundamente social en sus proyecciones diarias. Pretender ahora, como hicieron posteriormente los comunistas, que nuestra Revolución no fue socialista, y que debió serlo, es caer en la trampa de avergonzarnos de todo lo que no es satisfactorio para los seguidores de Rusia.
Una Revolución que habla de sindicalismo, de impuestos directos, de productividad, de reforma agraria, de jornales crecientes, de nacionalización del crédito y de los servicios, tiene que ser capitalista. Si fuera socialista no habría más que un patrón, y no habría sindicatos, ni impuestos, ni jornales, ya que todo sería el Estado. La Banca Nacionalizada tiene como objetivo, entre otros, fortalecer la pequeña propiedad. Y en esta época ha quedado claro en muchas democracias, como las escandinavas, que el Estado es un mal patrón y que el burócrata no es el mejor para la tarea de producción.
Entre tener los beneficios de café en manos de burócratas estatales y tenerlos en manos de productores cooperativizados, preferimos este último sistema. Entre tener las plantaciones de banano en manos del Estado y verlas en manos de empresarios privados que procuran tener cada día más y más costarricenses en esa tarea exigiendo salarios más altos, servicios sociales, casas, y con impuestos fuertes, nos decidimos por este camino. Las empresas en manos privadas, estimuladas por las técnicas modernas de la competencia, de la productividad, del mercadeo, etc., han dado mejores resultados que las empresas en manos del Estado en el mundo socialista. La economía de mercado que Libermann y su gente tratan de
adaptar ahora en Rusia, requiere un alto grado de eficiencia y de pasión sólo posibles con el estímulo que da la propiedad privada y la competencia. Ante esta realidad, la labor social consiste en procurar que de esa producción vayan a la sociedad las cuotas necesarias de justicia laboral y de responsabilidad; a esa misma sociedad que obliga a los empresarios a conceder, paulatinamente, beneficios y mejoras a sus trabajadores, a las comunidades y el país a través del Estado. Un proceso competitivo de industrialización requiere que el Estado apoye al empresario y le de las necesarias facilidades para que pueda producir más y mejor. El objetivo primordial de nuestra Revolución, el más inmediato, debe ser que nuestros productores (industriales, agrícolas, ganaderos, de servicios, etc.), sean los más eficientes en el área en que competimos.
Es aquí donde la Revolución Posible, la de hoy, debe tomar en cuenta el avance científico y técnico a que antes me referí; y si la empresa nacional es muy pequeña para las inversiones tecnológicas necesarias para una mayor producción, el Estado debe hacerlas y ponerlas al servicio de esa producción.
Nuestra generación, en veinte años, alcanzó las metas de los izquierdistas revolucionarios anteriores a nosotros:
- nacionalización eléctrica;
- control estatal del crédito;
- control del monopolio bananero;
- consolidación de los derechos políticos;
- ampliación horizontal y vertical de la educación;
- transformación de la sociedad feudal en sociedad moderna;
- aplicación de la ciencia de la economía en la tarea
- nacional de desarrollo;
- distribución más justa de ingreso;
- instituciones políticas modernizadas;
- más seguridad para el individuo.
Todos estos objetivos se lograron, o se inició su consecución, a partir de 1948. No puede decirse que sean el resultado de un solo partido político, sino de una generación de costarricenses que ha luchado, consciente o inconscientemente, por ese gran cambio que va de 1948 a 1968. Pero se llaman a engaño quienes quieren negar el contenido revolucionario del cambio, y se llaman a engaño también quienes creen que todo lo que se quiso realizar ya está logrado. Un cambio profundo de la estructura social, dentro de la paz y sin violencia, sólo puede lograrse a través de varias décadas, pero para los que estudiamos los fenómenos sociales, es fácil reparar en que no se equivocaron quienes prometían otro tipo de país para 1968 -veinte años después de la guerra civil más sangrienta de nuestra historia-.
El estudio detallado de los cambios y de las realizaciones logradas en esos veinte años puede hacerse en cualquier momento, ya que los datos e informaciones pertinentes fueron publicados y son asequibles para todos los estudiosos de estas materias y para aquellos a quienes toca detallar y analizar esos hechos. A nosotros nos corresponde -sin caer en el error de pedir permiso a los comunistas o a sus amigos inconscientes-, dirigir el movimiento para alcanzar aquellas metas no logradas todavía y para consolidar el cambio iniciado hace ya veinte años.
La Costa Rica de 1948 tenía 880.000 habitantes. Hoy tiene el doble. Los periódicos de entonces tenían una circulación de 30.000 ejemplares diarios y el número de radios, si acaso, era el mismo. Las noticias y otras informaciones llegaban a los pueblos con retraso de muchos días, y limitadas apenas a formar la opinión de la élite de cada comunidad.
Hoy, para informar mejor y más rápidamente a una mayor población, que estudia más años y que sigue con atención cada uno de los acontecimientos nacionales e internacionales, contamos con periódicos que tienen un tiraje diario de 80.000 ejemplares, con 750.000 aparatos de radio y con 75.000 televisores. La presión masiva que ejercen esos medios en la mente de nuestro pueblo hace más urgente el cambio esperado, el que habrá de consolidarse en pocos años. Si no fuera así, toda esa juventud enfurecida, que ya no quiere esperar, tomará los mismos caminos que siguieron otros grupos en otros países y recurrirá a la violencia como alternativa única en su lucha por un mayor bienestar social.
Pero, si ahora viene la Revolución que tanto piden los elementos izquierdistas en los países menos desarrollados, ¿en qué campo tendrá lugar?
En mayo de 1968, viendo los jóvenes izquierdistas discutir su Revolución en París, me daba cuenta de que, una vez más, los elementos más sanos y más capaces de la juventud eran manipulados por una propaganda comunista de símbolos y de frases hechas, aun cuando el comunismo internacional estaba contra esa Revolución que iba, ni más ni menos, contra ellos mismos como parte de lo establecido. Es por eso que se luchó contra el Partido comunista con las banderas rojas y negras y con los retratos de Mao, del Che y de Trotsky. Si esa explosión hubiera tenido lugar en Shanghai, posiblemente no habría aparecido el retrato de Mao sino el de cualquier otro, porque ahí Mao era parte de lo establecido. La Revolución de París era contra todo: contra el automóvil de los obreros, contra la vitrina de las tiendas, contra los árboles de los boulevares. Todo había que quemarlo y destruirlo. La izquierda joven es así, no reflexiona.
Si el país hubiera tenido las circunstancias adecuadas para el cambio, posiblemente el régimen habría caído, estableciéndose, en su lugar, las banderas negras de la anarquía, hasta que un grupo ya definido tomara el poder y dirigiera la Revolución, tal como sucedió en Rusia, en Cuba y en China.
La explosión de violencia que desean algunos aquí, es para hacer una revolución. Pero ¿cuál Revolución? ¿La Posible, o la Imposible?
Sigo creyendo que la reforma es la anti-revolución, porque evita la revolución violenta y trata de orientar al país -en un caso como el nuestro-, hacia el cambio que desean los elementos más conscientes de la juventud nacional. Es esa reforma la que debiéramos estudiar con gran cuidado, para poder seguir construyendo una sociedad más justa, tal como se ha venido construyendo desde hace ya varias décadas.
Cada uno de los pasos que hemos venido dando en los últimos años tuvo como aspiración el consolidar un sistema que, bueno o malo, es el más apropiado para poder vivir en un régimen democrático y con una sociedad más rica y más justa, abierta a todo lo que la ciencia, la técnica y la cultura le están dando al mundo. Todo paso hacia adelante puede implicar grandes riesgos, y a veces quien camina equivoca su meta, debiendo volverse y plantearla de nuevo. Solo el necio no reconoce sus errores. Pero no son los necios los que impulsan una sociedad hacia adelante.
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