Vía Socialdemócrata

Socialismo sin apellidos

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Editorial periódico COMBATE, No. 5

La idea socialista surge como el marco teórico de una vigorosa lucha por la libertad del hombre. El propósito fundamental del socialismo, su vocación medular.-lo hemos señalado en otras oportunidades en estas mismas páginas- es la libertad integral y real del ser humano, la posibilidad de que el hombre desarrolle sus potencialidades y se realice plenamente.

Esta inspiración ética fundamental origina una relación necesaria e indispensable entre el socialismo como forma de organización económica y social, y la democracia como forma organización política de la sociedad, y lleva directamente a la tesis que ha sostenido en forma permanente la socialdemocracia de todos los tiempos: no hay socialismo sin democracia ni democracia sin socialismo; son las dos caras de una misma aspiración ética, los dos afluentes de una misma corriente literaria; su interrelación es dialécticamente necesaria, y su existencia misma está mutuamente condicionada.

Haciendo referencia a este tema, y enfocando en forma específica, el problema de la transición del capitalismo al socialismo, decía Federico Engel, en su «Crítica-del Programa de Erfurt» (1891):

«La república democrática … es … la forma específica para la dictadura del proletariado«.

Y a través de todos sus escritos y actuaciones, Marx, Engels, Bernstein, Rosa Luxemburgo, y todos los grandes pensadores y militantes socialistas del siglo pasado, reiteran la inspiración democrática que es esencial en el socialismo. Con toda raz6n el eminente pensador costarricense Rodrigo Facio, al «comentar este tema, señala que:

«Hasta la segunda revolución rusa (febrero de 1917) los marxistas de todos los países partían del criterio de que la república democrática parlamentaria era la forma de organización política más conveniente para el periodo de transición del capitalismo al socialismo«.

(Planificación económica en régimen democrático, 1959).

Sin embargo esta raíz humanista del pensamiento y la acción socialistas, médula y sustancia fundamental de la corriente doctrinaria, ha sido olvidada, pospuesta, violentada o traicionada por corrientes de pensamiento y sectores políticos que se autodenominan socialistas sin serlo, aprovechando así la inmensa tradición ideológica y usufructuando el prestigio intelectual y moral de socialismo.

Estas corrientes y estos partidos y estos partidos han dado origen a concepciones ideológicas y procesos políticos totalmente a alejados de la original vertiente espiritual del socialismo, y que contradicen en forma vertebral la inspiración ética y la definición filosófica básica del pensamiento socialista: la lucha por la libertad del hombre.

Así con el advenimiento de la experiencia revolucionaria rusa, y con la posterior imposición dogmática mecánica y acrítica de ese modeló político a los procesos revolucionarios de los países que ingresan o son ingresados en la orbita Soviética, el ideal socialista es desplazado aceleradamente por el surgimiento de nuevos dogmas, nuevas formas de opresión, nuevos mitos, y nuevos métodos de explotación popular. Se abandona y se rechaza el gobierno del pueblo, para enquistar en el aparato estatal totalitario una nueva clase ávida de privilegios, y se constituye una oligarquía monopólica y excluyentemente el poder político.

Con este procesó, se rompen para siempre los ya debilitados vínculos entre estos grupos y estas corrientes ideológicas, por una parte, y el ideal socialista, por la otra. A pesar de ello, y en una de las más grandes tergiversaciones de la historia, la nueva clase explotadora y sus acó1itos en todo el mundo, asumen el monopolio absoluto y excluyente de la tradición socialista.

Ocultan esos sectores, no perciben algunos pueblos, que el socialismo es uno solo, poseedor de una raíz filosófica y ética esencialmente humanista, libertaria y democrática. Se tergiversa la historia y la filosofía, y no se reconoce que los regímenes político-económicos nacidos bajo la acción de ese socialismo mentiroso, en Europa del Este, Asia y América Latina, no son socialistas ni tienen ya ningún punto real del contacto con la aspiración democrática y humanista del socialismo.

A estos regímenes y a estas corrientes ideológicas podemos darles cualquier denominación, considerando que representan en realidad formulaciones político-económicas nuevas y originales en la historia del pensamiento. Esa ideología y ese modelo de organización política pueden ser denominados sovietismo, capitalismo de Estado, neozarismo, socialfacismo, socialtotalitarismo, o dársele cualquier otro nombre, menos el de socialismo.

Estos regímenes no son socialistas, porque el socialismo es otra cosa. El socialismo tiene una esencia democrática impostergable, y una raíz humanista que no puede olvidarse. El socialismo es uno solo, y no acepta apellidos.

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El Socialismo Democrático hoy

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Daniel Oduber

Daniel Oduber Quirós

De dónde venimos – Apuntes para un Congreso Ideológico del Partido Liberación Nacional (marzo 1969)

Dentro del concepto ya superado que dividía al mundo socialista del mundo capitalista, en el primero los medios de producción estaban en manos del Estado y, en el segundo, en manos de los particulares (hombres y empresas). «La propiedad es un robo», tal era el grito de hace un siglo que fue creído a pies juntillas por los socialistas de café, mientras que, por otro lado, el concepto de iniciativa privada era convertido en dogma por los liberales de club. Todo esto fue muy interesante en el siglo pasado y en los inicios de éste, pero ya los dos conceptos son parte apenas de la historia y del archivo de cualquier estudioso. Al socialismo democrático moderno no le interesa la propiedad de los medios de producción (máquinas, tierra, edificios, etc.) sino la distribución de lo que producen esos medios. En los países comunistas el Estado es el «propietario» de los medios, aunque se dice que la sociedad es la que tiene derecho sobre ellos. Para el mundo democrático el sentido de la propiedad ha perdido importancia, y la atención del hombre de Estado se dirige más bien hacia el producto de la actividad económica. Dice Servan-Schreiber en «El Desafío Americano» que ya la tesis de los nacionalismos está superada, por haberse revelado ineficiente en la práctica. A ese propósito y en el campo de la producción de bienes, diría yo que es un error creer que el empleado público es mejor y más eficiente productor que el empresario privado o que el dueño de una parcela.

Nuestro movimiento ha creído en la ampliación de la propiedad privada lo mismo que en su mejoramiento, pero no en su eliminación. Además, los nuevos conceptos del socialismo democrático comparten este criterio. El INVU se creó, al igual que el ITCO, para hacer propietarios. Los bancos fueron nacionalizados para fortalecer el pequeño productor y para darle apoyo a los empresarios grandes y pequeños. El objetivo es el fortalecimiento de la propiedad privada. El Consejo Nacional de la Producción fue concebido como organismo regulador de los precios de artículos de primera necesidad, casualmente para proteger al productor de esos artículos de los intermediarios inescrupulosos. Los jornales se hicieron crecientes para dar oportunidad a más costarricenses de consumir más, y nos integramos a Centroamérica para conseguir la ampliación del mercado para el producto de nuestras empresas y nuestros pequeños productores. La Cooperativa Victoria se formó para fortalecer al pequeño propietario, y la Cooperativa de Productores de Leche recibió el apoyo máximo del Estado, al igual que las cooperativas de café, caña, cacao, etc. La concepción liberacionista de los últimos veinticinco años va dirigida íntegramente a ampliar y fortalecer la propiedad privada; contraponerle ahora tesis del socialismo decimonónico, es negar esta línea clara de pensamiento costarricense, que es, tal vez, más eficaz y realista que las prédicas retóricas de nacionalismos ya superados. He visto funcionar el socialismo en Suecia y en Israel, y en ambos casos he visto cómo se ha ido eliminando la miseria. Con este propósito nos comprometimos hace veintiocho años, al empezar nuestras tareas de investigación y de estudio, repitiendo nuevamente esos propósitos en las Montañas de Dota, en 1948, cuando juramos, sobre nuestros compañeros muertos, empezar la guerra contra la miseria. El hecho de que en muchos casos se hayan malogrado los fines de las instituciones, no se debe a las instituciones mismas, sino a fallas de quienes las hemos dirigido -y ahí si cabe la crítica-. Pero para mí esta es la época de la revisión y ajuste de nuestras ideas para dirigir todas las instituciones del país hacia las metas que nos hemos propuesto. Esto es lo que llamo la Revolución Posible, muy alejada de los planteamientos superficiales de quienes proponen ahora soluciones tan imposibles como las de los moscovitas y manchesterianos, a una economía que apenas se inicia en sus primeros pasos en el mundo del capitalismo moderno y del socialismo democrático. La izquierda democrática de Costa Rica está en la obligación de ser seria y de estudiar a fondo nuestra situación, sin tratar de importar camisas grandes para cuerpos pequeños, como sucede cuando se busca la implantación de conceptos ajenos a la realidad nacional, los que no tienen cabida dentro de nuestro marco económico-social, y, mucho menos, dentro de las tradiciones de libertad y de justicia en que hemos querido vivir. El Manifiesto de Patio de Agua, la Carta Ideológica de la Juventud Liberacionista, los escritos de los Obispos de Latinoamérica, algunas publicaciones de los grupos demócrata-cristianos etc., son fuente de inspiración para no olvidar la dirección social que debe tener todo movimiento político moderno, pero no deben ser entendidos como programas específicos de Gobierno, sino apenas como declaraciones generales de principios. Por eso, asustarse ante ellos, o ante los comentarios de mala fe que se han hecho sobre ellos, es como asustarse de lo que digan los libros sobre política que uno pueda leer. Tenerle miedo a las ideas es dejarle el campo libre a los comunistas para que sean ellos los que den ideas a nuestra juventud. Y asustarse porque un grupo u otro haga manifiestos, o escriba textos, o anuncie doctrinas, es contrario al espíritu de investigación y de estudio que caracteriza nuestro movimiento. Considero que todos los documentos citados caen a veces en contradicciones internas y son culpables de la utilización de frases y conceptos retóricos, muy comunes en el socialismo romántico de los últimos treinta años; pero todos ellos tienen tesis de fondo que deben ser consideradas cuidadosamente por quienes respetamos el esfuerzo intelectual y el valor de los que apuntan los defectos de nuestro sistema social, tal como lo hemos venido haciendo durante veinticinco años.

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El socialismo democrático o izquierda democrática costarricense, tiene grupos fuertes dentro de los principales partidos de Costa Rica; no se han unido en sus luchas debido a las heridas dejadas por la guerra de 1948 y a la obcecación de algunos dirigentes importantes de esos partidos. No obstante hay cierta coincidencia en sus tesis de avanzada a la hora de actuar en la vida política nacional. Las Garantías Sociales, promulgadas por la Administración Calderón Guardia, fueron introducidas en nuestra Constitución, defendidas y actualizadas por las Administraciones de Liberación Nacional, y han tenido plena vigencia desde que nuestro Partido inició la gran transformación económica de Costa Rica a partir de 1948. Es de esperar que algún día todos estos grupos puedan ponerse de acuerdo en cuanto a los pasos futuros necesarios para un mejoramiento social creciente que pueda eliminar la miseria en grandes sectores nacionales. Pero, por sobre todas las cosas, estos grupos deben estar perfectamente definidos en cuanto a doctrina, imponiéndose además, la tarea de plantear soluciones serias a los problemas nacionales, para no coincidir, al limitarse a tácticas destructivas, con el interés de los moscovitas que quieren destruir para dar paso al paraíso comunista que ellos predican, pero que está muy lejos de ser lo que queremos los costarricenses. Si la izquierda democrática no estudia y no hace planteamientos doctrinarios y programáticos serios, dará argumentos fuertes a comunistas y derechistas, los que, en definitiva, vendrían a ser los que disputaran la hegemonía política y doctrinaria del país. He notado con tristeza que muchas de las ideas debatidas recientemente en Costa Rica, ignoran deliberadamente las ciencias económicas contemporáneas y se limitan a contemplar la injusticia social y a la proposición de soluciones un tanto románticas. He notado también una actitud de vergüenza ante la realidad mundial ineludible de que la producción es mejor en manos de la empresa privada y dentro del marco de instituciones capitalistas, cuando el Estado establece los instrumentos jurídicos adecuados para evitar que ese capitalismo sea como el que nos describe Dickens, o el que vivió el Siglo XIX. Por la vía democrática, o sea, ganando elecciones, se puede realizar en otro cuarto de siglo una socialización aún más profunda en el país, sin necesidad de destruir la propiedad privada. Es más, la concepción socialista moderna fortalece y generaliza la propiedad privada, al mismo tiempo que limita los abusos de poder de quienes quieren enriquecerse empobreciendo grandes sectores de la sociedad. La eficiencia en los procesos de producción exige una participación activa del Estado, que debe facilitar lo necesario para que los productores mejoren sus sistemas, condición beneficiosa para ambos. Lograr que una finca que produce al año diez colones por manzana, como producían las tierras guanacastecas antes de 1948, produzca ahora dos mil quinientos colones, es una revolución profunda que interesa por igual al propietario y al Estado. Consolidar la propiedad, garantizarla y hacerla más eficiente, son tareas del desarrollo. Por eso los empresarios privados tienen la obligación de hacerse más eficientes y el Estado la de exigirles esa eficiencia. El producto nacional bruto de Costa Rica subió de mil millones de colones en 1948, a cinco mil millones en 1968, mientras que la población se elevaba apenas al doble. Este aumento marca un progreso espectacular en el campo del desarrollo. El sector de industrias y de servicios ha venido aumentando en relación con el sector agro-pecuario en los últimos veinte años, lo que muestra un cambio en nuestra estructura económica, hacia la de una sociedad moderna. Ese cambio es progreso. Costa Rica ha socializado el producto de la actividad económica con dos tesis de Liberación Nacional: jornales crecientes y más servicios del Estado. Es decir, de lo que produce el país se le da mayor participación al que trabaja y mayor participación al Estado para que preste servicios a más costarricenses. Falta mucho por hacer, pero vamos avanzando.

Los desarrollistas a veces se olvidan de la distribución justa del ingreso nacional. Esto hace que por épocas se vea más riqueza en menos manos y más miseria en más hogares. Para remediar esto, el Estado moderno debe contar con los medios jurídicos necesarios para hacer ajustes periódicos, por medio de la política de jornales, de servicios sociales y de impuestos. Un Estado que no tenga este poder no es un Estado moderno. La política tributaria, más que procurar ingresos al fisco, tiene por objeto una regulación de la economía y de la sociedad en general. Debe tener la flexibilidad necesaria para estimular la inversión en proyectos de desarrollo y la reinversión en mejoramiento empresarial, así como para evitar que hayan concentraciones ociosas de capital o gastos superfluos. Claro, para que haya este tipo de política tributaria, se necesita en el Gobierno hombres que sirvan a los demás, y que no sean simples empleados de los menos.

La revolución técnica ha introducido en Costa Rica, en las dos últimas décadas, modernas tecnologías en la producción -irrigación, fertilizantes, yerbicidas, insecticidas, mecanización, uso de la energía atómica- que apenas se inician en forma extensa. Está llegando el momento -y ojalá sea en la década de los setenta- en que la actividad laboral de Costa Rica disminuirá en los campos y crecerá en las zonas urbanas. Hay que prepararse para ese momento si queremos evitar lo que ya está sucediendo en las principales ciudades, en donde los desocupados del campo llegan a formar barrios de miseria y descontento, campo propicio para disturbios explosivos, como nos lo demuestran otros países. Programas de emergencia para mantener al campesino en su tierra haciéndola más productiva, y de inversión en plantas procesadoras de los productos agropecuarios, pueden evitar a tiempo, la explosión social en nuestras ciudades. Si no trabajamos en ese sentido podríamos caer, o en el abandono suicida, o en los remedios de caridad, actitudes excluidas de la concepción social moderna. En Suecia -en 40 años de gobierno socialista-, el número de trabajadores dedicados a las actividades agropecuarias disminuyó de un 50 por ciento a un 6 por ciento. Los costarricenses deseamos ese tipo de sociedad en un futuro, pero desde ahora debemos ir preparándonos para alcanzarla.

La fundación del INA por nuestro Partido -y su fortalecimiento futuro- ofrece la posibilidad de preparar mano de obra campesina para industrias pequeñas de transformación en aquellos lugares en que su ubicación y otras facilidades las hagan competitivas. El Sistema Bancario Nacional, así como todos los organismos del Estado, deben tener programas adecuados para ese tipo de empresa.

La Corporación de Inversiones, proyecto encarpetado por este Gobierno, tiene, a juicio mío, la clave para el desarrollo industrial de las próximas décadas, y de su éxito depende la transformación efectiva de nuestra estructura económico-social sobre líneas de eficiencia y de justicia. Esta institución formará parte del Sistema Bancario Nacional y su tarea será la promoción de industrias en el país, aportando el capital inicial y vendiendo luego las acciones al público. Con recursos nacionales y financiación exterior podremos lograr que esta institución, logre, en las próximas décadas, la tarea de industrializar el país, tal como lo ha hecho con gran éxito la Nacional Financiera de México. Hemos aprovechado esos años perdidos en la aprobación de este proyecto para estudiar toda una serie de posibilidades nuevas que puedan financiar ese gran programa que requerirá cerca de doscientos millones de dólares en los próximos cinco años.

Las líneas generales del pensamiento político de nuestro movimiento no pueden apartarse de la base misma de su creación, y nuestra gran tarea es revisar todo lo hecho en los veinte años, corregir los errores cometidos, y dar nuevo impulso a quienes van a tener en sus manos los próximos veinte años. Es definitivo también que los conceptos políticos básicos de nuestro movimiento no han cambiado en su esencia, por más palabrería que se haya utilizado en nuestra época. No podemos renunciar al concepto de libertad política, ni a nuestra tarea de fortalecerla día a día, porque para nosotros la limitación de la libertad individual es la más reaccionaria de las posiciones; tampoco podemos quedarnos tranquilos con el solo concepto de dignidad, si éste no va acompañado de la lucha por la igualdad. En nuestra época hemos visto cómo es posible mejorar las condiciones de los costarricenses y cómo llevarlos hacia la igualdad, aun cuando unos cuantos sólo ven los extremos y no la gran gama de clases medias que se ha formado en nuestras ciudades y en nuestros campos. Tanto el acaudalado fastuoso como el costarricense con hambre son producto, en gran parte, de un mal sistema tributario, el que deberá ser revisado a muy corto plazo, pero si no damos un impulso gigantesco a la producción, no podremos lograr esa justicia social.

La lucha social en el país fue casi exclusivamente en pro de las clases urbanas. Las próximas décadas deberán ver la adaptación de todos los programas sociales a los campos, a donde no han llegado todavía los beneficios del cambio. Aun los salarios mínimos legales -anteriores como concepto al Código de Trabajo-, no se respetan en los campos de Costa Rica, para no hablar ya de los beneficios mínimos de la seguridad social.

Tenemos que revisar uno a uno nuestros programas y una a una las instituciones que hemos creado, y tenemos que enmarcar las líneas generales de acción dentro de los conceptos básicos que se dieron en 1948, cuando decretamos la guerra contra la miseria. Pero vamos a hacer todo este trabajo sin caer en la improvisación de los izquierdizantes, y sin hacerles el juego a los conservadores, los que, todos juntos, caen siempre en el mismo error de tratar de remediar con frases huecas y líricas los vicios sociales que todavía afligen al país.

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La Revolución Posible

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Daniel Oduber Quirós

De dónde venimos – Apuntes para un Congreso Ideológico del Partido Liberación Nacional (marzo 1969)

La Revolución Posible, y la Revolución Imposible, parecieran ser las alternativas que tienen los países de menor desarrollo económico. Para quienes no están familiarizados con la historia de un país y su relación con países que ya han superado otras etapas en su desarrollo, es más fácil confundir lo posible con lo imposible, lo real con lo ideal. Querer saltar etapas históricas al hacer un planteamiento revolucionario, es hacer fracasar ese mismo planteamiento. Hablar hoy de hacer una revolución como la francesa, o como la rusa, es desconocer décadas de investigación y de avance en todos los órdenes del pensamiento humano. Repetir en Bolivia la experiencia cubana, era entrar en el campo de la revolución romántica, de la revolución imposible. Y tal vez por eso tienen razón los que afirman que el Ché Guevara buscó morir, al plantear una guerrilla en Los Andes bolivianos, sabiendo de antemano que estaba planteando una revolución imposible para la Bolivia de 1966. Hacer planteamientos revolucionarios a sabiendas de que se está planteando lo imposible, es fortalecer las mismas fuerzas que se quiere destruir con la Revolución, y en el fondo, consolidar la posición conservadora.

Toda Revolución implica cambio en el poder político, el que va de una clase a otra. Si no, no es revolución. Como tampoco es revolución el planteamiento teórico que se hace de lo imposible. Los comunistas tienen todo un sistema económico y social propio, el que ha sido experimentado en los últimos cincuenta años en muchos países de mayor y de menor desarrollo. El capitalismo actual es el producto de años de cambio y de mejoramiento en su eficiencia y en su repercusión social. Una Revolución, dondequiera que se haga hoy, debe tomar en cuenta las experiencias de esos sistemas económicos de los últimos cien años y tener presente que socialismo y capitalismo son sólo sistemas económicos y no sistemas políticos.

Democracia y totalitarismo son formas diferentes de gobierno que no tienen nada que ver con el sistema económico que se escoge. Puede haber democracia en lo político y socialismo en lo económico, como puede haber también capitalismo y dictadura. Lo que se debe plantear, al hablar de Revolución, es si se desea un cambio del sistema político -como ha sido siempre- o del sistema económico -como ha sido en otras casos-, o si se quiere un cambio en lo político y en lo económico a la vez. Para no cometer el error de destruir algo sin haber determinado cuál ha de ser el sustituto, debe definirse entonces, de antemano, el sistema que se quiere vivir en lo político o el que se quiere vivir en lo económico. Nosotros queremos aquí actualizar los conceptos del socialismo y de democracia, que hoy son inseparables.

En la América Latina se tiene la experiencia resultante de las revoluciones que se hicieron para romper sistemas políticos y económicos considerados injustos. La Revolución Mexicana fue una revolución típicamente burguesa, con gran colorido social; construyó un México nuevo que ha venido evolucionando hacia el capitalismo moderno. La Revolución Cubana se convirtió en una revolución comunista sui-generis, debido a la situación internacional de ese momento. Desde la independencia han ocurrido otras muchas revoluciones, y todas ellas, en una u otra forma, han buscado cambiar el sistema político imperante en su país, pero muy pocas las que entraron al campo de la reforma económica o del cambio social.

Todas las revoluciones acontecieron cuando las circunstancias las hacían prácticamente inevitables y cuando una gran corriente de protesta revolucionaria se analizaba hacia la lucha violenta. En frío, de la nada, por meras elucubraciones doctrinarias de café, es imposible hacer una revolución y quienes lo intentaron han fracasado. La Revolución de 1948 en Costa Rica, fue la protesta de un pueblo que deseaba una participación más intensa en el proceso político, es decir, una democracia más amplia y más firme. Los dirigentes de la gesta de Liberación Nacional lograron, además de esa conquista política innegable, imprimirle un cambio económico-social definido, planteando así una traslación real del poder a manos de las clases media, campesina y urbana, fortaleciendo de esta manera un cambio social que se había iniciado en el papel cinco años atrás. Pero de esto hablaremos luego. Lo importante es ver qué tipo de revolución puede hacerse ahora en nuestro país y para qué.

Hay, en los dos últimos siglos, revoluciones tal vez más trascendentes que las tres citadas; no han tenido nada que ver con el socialismo marxista ni con el comunismo stalinista, pero han provocado cambios profundos en las sociedades en que se desarrollaron y en el destino mismo de la humanidad: la Revolución Industrial y la Revolución Tecnológica.

La Revolución, en nuestro tiempo, debe tomar en cuenta una serie de cambios ocurridos en los últimos años del Siglo XX, principalmente después del fin de la II Guerra Mundial. Tratar de hacer ahora una Revolución Marxista, con los modelos e ideas del Siglo XIX o de hace cincuenta años, es ignorar, de antemano, las mismas ideas de la Filosofía de la Historia, ignorar el gran cambio de las doctrinas económicas, de la sociología y de la ciencia política, e ignorar además la gran revolución científica y técnica de los últimos años. La energía nuclear, los ordenadores, los transistores, la comunicación colectiva, la conquista del espacio, las ciencias industriales modernas, la productividad en la agricultura, etc., no deben ser ignorados de ninguna manera a la hora de hacer una revolución.

Si reparamos en la tesis aprobada de que sólo las izquierdas han hecho las revoluciones en los últimos dos siglos, debemos concluir en que es a esas izquierdas a quienes corresponde hacer los planteamientos revolucionarios para alcanzar el cambio. Pero esa dirección tiene que ser trazada tomando en cuenta el momento histórico -nacional o internacional- que vivimos, y las posibilidades que tiene el país para consolidar ese cambio. De nada nos serviría anunciar un cambio imposible, irreal, que vendría a hacer imposible el cambio real. En nuestros países los propulsores de la Revolución Imposible son, paradójicamente, los comunistas; pero lo son, casualmente, con el objeto de hacer imposible la Revolución Posible. Es decir, al pretender los comunistas que un país como el nuestro puede hacer la Revolución Comunista, lo que procuran es más bien fortalecer a quienes lo único que desean es detener todo cambio social, destruyendo así la única posibilidad real de lograrlo, ya que las fuerzas reaccionarias, al acusar de comunista todo intento de cambio social, impiden que se realice el cambio necesario. Y eso es lo que interesa a los comunistas con el objeto de que, en el mundo en que Rusia no puede todavía entrar las condiciones sociales sean tales que estos países vivan en estado de descomposición permanente. Todo con el objeto de que las clases desposeídas de la América Latina lleguen a creer que en otros países, similares a los nuestros, donde sí está presente la influencia de los rusos y sus aliados, la sociedad es más eficiente y más justa.

De manera que anunciar una Revolución romántica, poco seria, irreal, es hacerle el juego a quienes no desean la Revolución de ninguna manera. Una tentativa izquierdista de anunciar una Revolución Imposible, es, ni más ni menos, hacer el juego a quienes desean mantener un país fosilizado en sus errores e injusticias. Y lo poco que ha anunciado y planteado el izquierdismo nacional -no comunista- por ser ideas generales y poco realistas, no ha tenido más virtud que hacerle el juego a los comunistas y a los reaccionarios, en su deseo de impedir el cambio social, la revisión política y el mejoramiento económico del país.

El Capitalismo apenas se inicia en el país: hace un cuarto de siglo no existía. Por eso la reforma social laboral que se inició en 1941 venía a darle conquistas sociales a un proletariado que no existía y que había que crear, llevando al país de la agricultura feudal del café, la caña y el cacao, a una agricultura moderna y a la industrialización. La reforma social de esa época fue izquierdista en el sentido romántico de la palabra, y trató de cambiar la realidad nacional haciéndolo desde arriba, con un planteamiento importado de países ya en proceso de industrialización. Al querer aplicar instituciones laborales capitalistas a una economía feudal, la reforma quedó en el aire. Tuvo que venir el sacudimiento de 1948 para que se sentaran las bases de una verdadera revolución, esto es, el cambio necesario de esa sociedad feudal hacia una sociedad industrial incipiente, tal como la hemos venido viviendo. La Revolución de 1948 no fue la guerra propiamente dicha, como lo quieren presentar algunos, sino el cambio político, económico y social que vino después, pero que usó la guerra como un punto de partida.

Las grandes tesis izquierdistas del cuarto de siglo anterior a 1948, fueron: el control del imperio bananero, el control del imperialismo en la industria eléctrica, el control del capitalismo financiero, la defensa del trabajador industrial y del pequeño productor agrícola, la ampliación de las facilidades de educación, el adecentamiento de los sistemas electorales y la pureza de su funcionamiento y el fortalecimiento de la Ley.

La Revolución de 1948 inicia una etapa intermedia entre el feudalismo tradicional, el imperialismo monopolista y el capitalismo moderno. Escoge el capitalismo como marco económico para su desarrollo y define, al escogerlo, una posición que en los años actuales no es posible dejar sin definir. Entre el socialismo totalitario y el capitalismo se decide por este último, pero implanta este sistema económico de acuerdo con las concepciones modernas de lo que debe ser el capitalismo y no con los patrones de la Europa de los siglos XVIII y XIX, o de los Estados Unidos de los siglos XIX y XX. Como sistema de Gobierno, nuestra Revolución escoge la democracia; pero no la democracia boba y ya incapaz de enfrentarse a los problemas del siglo, sino la democracia dinámica y eficiente, profundamente imbuida de su misión de hacer respetar los derechos de las mayorías. Así, nuestra Revolución es democrática en lo político, capitalista en lo económico, y profundamente social en sus proyecciones diarias. Pretender ahora, como hicieron posteriormente los comunistas, que nuestra Revolución no fue socialista, y que debió serlo, es caer en la trampa de avergonzarnos de todo lo que no es satisfactorio para los seguidores de Rusia.

Una Revolución que habla de sindicalismo, de impuestos directos, de productividad, de reforma agraria, de jornales crecientes, de nacionalización del crédito y de los servicios, tiene que ser capitalista. Si fuera socialista no habría más que un patrón, y no habría sindicatos, ni impuestos, ni jornales, ya que todo sería el Estado. La Banca Nacionalizada tiene como objetivo, entre otros, fortalecer la pequeña propiedad. Y en esta época ha quedado claro en muchas democracias, como las escandinavas, que el Estado es un mal patrón y que el burócrata no es el mejor para la tarea de producción.

Entre tener los beneficios de café en manos de burócratas estatales y tenerlos en manos de productores cooperativizados, preferimos este último sistema. Entre tener las plantaciones de banano en manos del Estado y verlas en manos de empresarios privados que procuran tener cada día más y más costarricenses en esa tarea exigiendo salarios más altos, servicios sociales, casas, y con impuestos fuertes, nos decidimos por este camino. Las empresas en manos privadas, estimuladas por las técnicas modernas de la competencia, de la productividad, del mercadeo, etc., han dado mejores resultados que las empresas en manos del Estado en el mundo socialista. La economía de mercado que Libermann y su gente tratan de

adaptar ahora en Rusia, requiere un alto grado de eficiencia y de pasión sólo posibles con el estímulo que da la propiedad privada y la competencia. Ante esta realidad, la labor social consiste en procurar que de esa producción vayan a la sociedad las cuotas necesarias de justicia laboral y de responsabilidad; a esa misma sociedad que obliga a los empresarios a conceder, paulatinamente, beneficios y mejoras a sus trabajadores, a las comunidades y el país a través del Estado. Un proceso competitivo de industrialización requiere que el Estado apoye al empresario y le de las necesarias facilidades para que pueda producir más y mejor. El objetivo primordial de nuestra Revolución, el más inmediato, debe ser que nuestros productores (industriales, agrícolas, ganaderos, de servicios, etc.), sean los más eficientes en el área en que competimos.

Es aquí donde la Revolución Posible, la de hoy, debe tomar en cuenta el avance científico y técnico a que antes me referí; y si la empresa nacional es muy pequeña para las inversiones tecnológicas necesarias para una mayor producción, el Estado debe hacerlas y ponerlas al servicio de esa producción.

Nuestra generación, en veinte años, alcanzó las metas de los izquierdistas revolucionarios anteriores a nosotros:

  • nacionalización eléctrica;
  • control estatal del crédito;
  • control del monopolio bananero;
  • consolidación de los derechos políticos;
  • ampliación horizontal y vertical de la educación;
  • transformación de la sociedad feudal en sociedad moderna;
  • aplicación de la ciencia de la economía en la tarea
  • nacional de desarrollo;
  • distribución más justa de ingreso;
  • instituciones políticas modernizadas;
  • más seguridad para el individuo.

Todos estos objetivos se lograron, o se inició su consecución, a partir de 1948. No puede decirse que sean el resultado de un solo partido político, sino de una generación de costarricenses que ha luchado, consciente o inconscientemente, por ese gran cambio que va de 1948 a 1968. Pero se llaman a engaño quienes quieren negar el contenido revolucionario del cambio, y se llaman a engaño también quienes creen que todo lo que se quiso realizar ya está logrado. Un cambio profundo de la estructura social, dentro de la paz y sin violencia, sólo puede lograrse a través de varias décadas, pero para los que estudiamos los fenómenos sociales, es fácil reparar en que no se equivocaron quienes prometían otro tipo de país para 1968 -veinte años después de la guerra civil más sangrienta de nuestra historia-.

El estudio detallado de los cambios y de las realizaciones logradas en esos veinte años puede hacerse en cualquier momento, ya que los datos e informaciones pertinentes fueron publicados y son asequibles para todos los estudiosos de estas materias y para aquellos a quienes toca detallar y analizar esos hechos. A nosotros nos corresponde -sin caer en el error de pedir permiso a los comunistas o a sus amigos inconscientes-, dirigir el movimiento para alcanzar aquellas metas no logradas todavía y para consolidar el cambio iniciado hace ya veinte años.

La Costa Rica de 1948 tenía 880.000 habitantes. Hoy tiene el doble. Los periódicos de entonces tenían una circulación de 30.000 ejemplares diarios y el número de radios, si acaso, era el mismo. Las noticias y otras informaciones llegaban a los pueblos con retraso de muchos días, y limitadas apenas a formar la opinión de la élite de cada comunidad.

Hoy, para informar mejor y más rápidamente a una mayor población, que estudia más años y que sigue con atención cada uno de los acontecimientos nacionales e internacionales, contamos con periódicos que tienen un tiraje diario de 80.000 ejemplares, con 750.000 aparatos de radio y con 75.000 televisores. La presión masiva que ejercen esos medios en la mente de nuestro pueblo hace más urgente el cambio esperado, el que habrá de consolidarse en pocos años. Si no fuera así, toda esa juventud enfurecida, que ya no quiere esperar, tomará los mismos caminos que siguieron otros grupos en otros países y recurrirá a la violencia como alternativa única en su lucha por un mayor bienestar social.

Pero, si ahora viene la Revolución que tanto piden los elementos izquierdistas en los países menos desarrollados, ¿en qué campo tendrá lugar?

En mayo de 1968, viendo los jóvenes izquierdistas discutir su Revolución en París, me daba cuenta de que, una vez más, los elementos más sanos y más capaces de la juventud eran manipulados por una propaganda comunista de símbolos y de frases hechas, aun cuando el comunismo internacional estaba contra esa Revolución que iba, ni más ni menos, contra ellos mismos como parte de lo establecido. Es por eso que se luchó contra el Partido comunista con las banderas rojas y negras y con los retratos de Mao, del Che y de Trotsky. Si esa explosión hubiera tenido lugar en Shanghai, posiblemente no habría aparecido el retrato de Mao sino el de cualquier otro, porque ahí Mao era parte de lo establecido. La Revolución de París era contra todo: contra el automóvil de los obreros, contra la vitrina de las tiendas, contra los árboles de los boulevares. Todo había que quemarlo y destruirlo. La izquierda joven es así, no reflexiona.

Si el país hubiera tenido las circunstancias adecuadas para el cambio, posiblemente el régimen habría caído, estableciéndose, en su lugar, las banderas negras de la anarquía, hasta que un grupo ya definido tomara el poder y dirigiera la Revolución, tal como sucedió en Rusia, en Cuba y en China.

La explosión de violencia que desean algunos aquí, es para hacer una revolución. Pero ¿cuál Revolución? ¿La Posible, o la Imposible?

Sigo creyendo que la reforma es la anti-revolución, porque evita la revolución violenta y trata de orientar al país -en un caso como el nuestro-, hacia el cambio que desean los elementos más conscientes de la juventud nacional. Es esa reforma la que debiéramos estudiar con gran cuidado, para poder seguir construyendo una sociedad más justa, tal como se ha venido construyendo desde hace ya varias décadas.

Cada uno de los pasos que hemos venido dando en los últimos años tuvo como aspiración el consolidar un sistema que, bueno o malo, es el más apropiado para poder vivir en un régimen democrático y con una sociedad más rica y más justa, abierta a todo lo que la ciencia, la técnica y la cultura le están dando al mundo. Todo paso hacia adelante puede implicar grandes riesgos, y a veces quien camina equivoca su meta, debiendo volverse y plantearla de nuevo. Solo el necio no reconoce sus errores. Pero no son los necios los que impulsan una sociedad hacia adelante.

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El voto de la Sala Constitucional

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Luis Fernando Acuña

La Sala Constitucional ha emitido su voto con relación al proyecto de ley para la realización de un referéndum, presentado por el gobierno, popularmente conocido como Ley Jaguar.

Estos meses que van desde mayo hasta hoy, nos han dejado varias lecciones. La primera, que habría que ajustar la ley, para que los procedimientos sean más sencillos.

La segunda, que el órgano a cargo, mientras la ley no establezca otra cosa, de realizar la consulta, es el Tribunal Supremo de Elecciones. La tercera, es que el Tribunal Supremo de Elecciones es un tribunal jurídico, no político. Es decir, que, aunque los políticos no estemos complacidos con su manera de preguntar las cosas, aunque hayamos criticado que no emitiera dentro de su consulta, juicios de valor, así es. Es un Tribunal de derecho. Actuó como tal.

La tercera que en buena hora hace ya más de tres décadas, decidimos crear un tribunal constitucional.

La Sala Constitucional, integrada por magistrados absolutamente centrados en su función de verificación de constitucionalidad, nos muestra una vez más, que su responsabilidad va mas allá de la voluntad de los políticos, o mucho menos la voluntad de las granjas de troles en las redes sociales.

La última lección que nos deja es que somos un pueblo que confía en la ley. Ya en otras oportunidades lo demostramos: cuando don Ottón Solís insinuó que los resultados en una de las últimas elecciones que perdió, habían sido trastocados, y no lo tomamos en serio.

El resultado del único referéndum que hemos llevado adelante, el del TLC, fue un resultado ajustadísimo, realmente estuvimos partidos en dos. Nunca este país había estado tan dividido. Nunca nos habíamos enfrentado con armas tan desiguales: de un lado la empresa privada y el gobierno, y del otro, grupos “autoconvocados”. Todos, absolutamente todos, nos gustara o no el resultado, lo respetamos.

Esta vez no tuvimos que salir a dar esa pelea, esta vez no tendremos que curar nuestras heridas durante 10 años, esta vez, una vez mas, Costa Rica le dirá al mundo que somos un país formado por maestros y abogados, y que gracias a eso, somos lo suficientemente educados, como para saber que la ley se respeta.

Hoy, después de haber presenciado la tragedia electoral Venezolana de ayer con ese gigantesco fraude, debemos gritar: ¡Gracias don Mauro Fernández, gracias don Ricardo Jiménez, gracias, TSE, gracias Sala Cuarta!

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PLN dispuesto a defender la paz social

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Ante las manifestaciones del presidente Chaves, amenazando con provocar el levantamiento de sus fanáticos seguidores, si la respuesta de los órganos constitucionales no le satisface en el tema del referendo, el Partido Liberación Nacional no se quedará pasivo y estará dispuesto a defender cualquier intento de socavar la paz social que ha reinado en nuestra Patria.

Ese llamado es una traición, y levanta la máscara de sus intenciones de reducir a ruinas lo que ha sido la institucionalidad democrática costarricense, para convertirla en su reinado y dictadura, emulando en mucho las amenazas populistas que hace algunos días lanzara el también populista Nicolás Maduro, en el sentido de que, si no gana las elecciones, habrá sangre en las calles de su nación.

Ante estas provocaciones, Liberación Nacional llama a las fuerzas democráticas costarricenses, de todo signo y credo, a unir esfuerzos, organizarse y manifestarse con la dureza que exige la situación, en defensa de la Patria que queremos seguir heredando a nuestros hijos.

Hacemos, también, un llamado a las organizaciones democráticas del mundo, para que estén vigilantes de lo que sucede en la democracia costarricense, la más antigua de América Latina, y correspondan con sus propios esfuerzos en defender solidariamente lo que hemos logrado, siendo un ejemplo mundial.

La Patria es más que un partido político y no una caricatura de dictador. Nuestras armas son las leyes y si no son suficientes, serán los corazones de mujeres y hombres los que vamos a defender a nuestro país para mantener vivo el legado de paz social que es el faro de luz democrático que nos ha guiado.

Comité Ejecutivo Superior Nacional
Directorio Político Nacional

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